24 junio 2014

La Rumba de Ángel de Campo || Remedios Vena y el contra-discurso del "deber ser"


La Rumba es una novela del mexicano Ángel de Campo que se  publicó a manera de folletín en el periódico El Nacional entre 1990 y 1991. El autor fue reconocido por sus crónicas y cuentos publicados en diversos periódicos nacionales como El Universal y El Imparcial. La novela se centra en Remedios Vena, la cual transgrede el orden establecido de la sociedad en la que está inmersa. La protagonista se encuentra en la periferia de la ruralidad, persigue el sueño de ser una “rota”: una mujer de ciudad. El camino que recorre hacia este imaginario de “mujer ideal”, reflejo de la ideología hegemónica mexicana del siglo XIX, muestra el contra-discurso del “deber ser” femenino lo que finalmente lleva a la protagonista a caer en una caricaturización del utópico prototipo de la mujer mexicana decimonónica. 


El retrato de la cotidianeidad: Las dos Rumbas.

Ángel de Campo, también conocido con el pseudónimo de Micrós, describe a la perfección la cotidianeidad que se vivió a finales del XIX en México:Pueden encontrarse la fidelidad fotográfica del realismo, el cuidadoso análisis naturalista y el subjetivismo dramático del romanticismo. Es que Micrós no podía guardar distancia entre él y sus obras, porque, más que hijas de su ingenio, eran hijas del corazón.” (Millán 1958, 19).  Remedios Vena es una joven mujer que trabaja en la herrería de su padre, Cosme Vena. Su sobrenombre es La Rumba, el mismo que lleva la plaza en la que vive: “La  Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contábase que era el albergue de las gentes de mala alma […] Y era triste aquel lugar enorme, desierto; una fuente seca que servía de muladar era el centro […] (De Campo 1958, 186). 

El discurso narrativo-visual que ofrece De Campo, nos invita a indagar en la psicología y configuración de los personajes, la fusión de personaje y lugar como uno mismo, las dos rumbas: “Tintes oscuros de los podrido, lo roto, lo sucio se hacen características no solo visuales, sino que, gracias al narrador, adquieren matices de carácter psicológico: este espacio no únicamente corresponde al plano exterior, sino que además está determinado por los elementos humanos.” (Ortega 2010, 29)

El fuerte carácter y aspecto varonil de Remedios, la hacían sobresalir de entre todos los habitantes de La Rumba:

Había una muchacha seria entre aquellas, una rapazuela que no jugaba ni al pan y queso, ni al San Miguelito, ni a las visitas. Decíanle la “Tejona”, por su cara enfilada y sus modales broncos; era la hija de Don Cosme vena, era Remedios. Prometía ser una mujer de aspecto varonil; rasgaban casi su estrecho vestido las formas precozmente desarrolladas, con enérgicas curvas. Era muy niña; pero en sus ojos de dulzura infantil, cruzaban a veces esos relámpagos elocuentes, esas miradas de mujer que en nada se parecen al candor. (De Campo 1958, 192)  

A pesar de la configuración varonil de Remedios, ella desea ser como las “rotas”, las mujeres de ciudad, a las cuales observa detenidamente pasar por las calles del centro. Cansada de los maltratos de su padre y el trabajo de herrería que se dividía al mismo tiempo con el de costurera en la casa de modas de Madame Gogol, su único consuelo es Napoleón Cornichón; él le ofrece irse a vivir juntos a la ciudad, esto para Remedios presenta un dilema: los problemas que le traería con sus padres al abandonar la Rumba, así como el bullicio de la gente. Por otro lado, la nostalgia de aquel lugar, los fugaces recuerdos de su madre colérica, su padre ebrio, el porvenir de la herrería, posiblemente su única herencia, así como el futuro incierto de una costurera sin estudios, todo aquello que La Rumba representaba, la opción y deseo de poder escapar, ahora podía ser posible, todo gracias a Nicolás Cornichón. El conflicto interno de Remedios, la introspección, las ganas de esfumarse de la rumba y evadir su realidad social, comparando ésta siempre con la majestuosidad de la gran Ciudad, provocan una catarsis:

¡Cuánta amarga experiencia dejó La Rumba en su corazón ya frio para los sueños! ¡Que venenoso calculo echo raíz en su conducta! Y la comparación, esa comparación complice de las tentaciones, la hacía poner frente a  frente su barrio y las calles céntricas, los amores de plazuela y los amores de Cornichón. Aquel lujo que desbordaba de los escaparates, aquel mundo alegre que reía en el arroyo, aquellos coches que hundían el adoquinado, la atmosfera de riqueza de las grandes calles había hecho nacer en su alma no el lirio puro en cuyo cáliz blanco duerme la dulce quimera de la virgen, sino una luz deslumbrante pero venenosa […] (De Campo 1958, 205)  

De esta manera, el escenario que retrata Micrós, la cotidianeidad, el escenario tétrico, desesperanzador y melancólico de La Rumba desencadena en la urgencia de Remedios para preferir sobremanera la suntuosa Ciudad de México de finales de siglo XIX, la gran promesa urbana del orden y progreso del Gobierno de Díaz. La protagonista frívola pero no malvada, en su deseo de ser una rota, rompe la seguridad de su destino que parece afianzarla en la herrería de su padre de por vida. Este es el retrato de la cotidianeidad, las dos rumbas como una sola. 

La falsa promesa: los desencantos del destino y la ciudad.

En La Rumba estalla el caos y la bulla de la gente: Remedios se ha ido. Su madre, Doña Porfiria se encuentra desesperada, nadie sabe dónde está, ni con quien. El encargado de buscarla es Don Mauricio, el dueño de la tienda La Rumba, enamorado de Remedios acepta sin problema ser el  apoderado en la búsqueda de su paradero. Visita a Madame Gogol sin respuesta alguna y vaga por las calles de la Ciudad con la esperanza de encontrar una pista que le devuelva a Remedios. De regreso a la Rumba, se entera que Remedios escapó con Cornichón: “Todo lo sabía la señora, porque chito la había visto en un coche de sitio de caballos con uno de sombrero de paja y cinta negra; un güero él de bigote… ¿y qué significa aquello?  Que la rumba había huido.” (De Campo 1958, 220).


Don Cosme renegaba de su hija, amenazándola de muerte si algún día se atreviera a regresar; Doña Porfiria estaba inconsolable por la decisión de su hija, que iba en contra de lo establecido: abandonar su hogar  para escapar con un hombre. El cotilleo de los rumbeños no se hizo esperar y es aquí donde podemos observar los prejuicios del que eran parte las mujeres decimonónicas, puesto que ellas debían quedarse al cuidado de sus hogares, virtuosas, casi divinas, obedeciendo a su destino biológico y condición de mujer. Doña Porfiria recibió los lamentos de sus vecinas, le dieron el pésame por el comportamiento de Remedios: “Se me cae la cara de vergüenza, vecina; pero eso yo siempre se lo dije: mira, Remedios, no te metas en enredos porque no has de sacar de ellos nada bueno; pero ya usté ve…”  “¡Ah, si fuera mi hija le hubiera dado más azotes! Se lo he dicho: eres pobre y nada de trapos; más vale ser pobre pero que no se tenga que decir, a andar hecha una banderilla  […]” (De Campo 1958, 221). Remedios transgrede el rol femenino al que estaban sometidas las mujeres, algo que ni los rumbeños ni sus propios padres estaban dispuestos a perdonar. 


Gualupita, la mejor amiga de Remedios, va en su búsqueda, fue Cornichón el que le dijo donde vivían. De esta manera, Gualupita ─que todo lo contrario a Remedios representa fielmente el rol femenino decimonónico establecido por la sociedad─ se entera de la falsa promesa, el inevitable destino de Remedios. Para comenzar, Cornichón no lleva ni un centavo a la casa y todos los anillos que le ha regalado a Remedios, los termina empeñando para poder ir de fiesta en fiesta; celoso y machista, no ha cumplido con las expectativas de Remedios: “No había saciado sus caprichosos, no había figurado en otra esfera, no se levantó del pantano nivel de los rumbeños, no; había descendido… si, era descender, morirse, enlodarse, de aquello de estar merced de un ebrio miserable a quien le pedia de rodillas una reparación y respondía… ¡no me he de casar sino con muchos pesos!” (De Campo 1985, 227). La frustración de Remedios crece día a día, abatida y frustrada por el plan fallido de convertirse en una “rota”, se da cuenta de que no nació para eso, y añora el retorno a La Rumba.


La aceptación de su destino, el hecho de que ella, Remedios y La Rumba son uno mismo, propició que ésta caiga en desesperación y finalmente ocurra el enfrentamiento que la meterá en problemas. Entre las visitas secretas de Don Mauricio, el cual en su papel de enamorado, consolaba a Remedios; un día, Nicolás Cornichón llegó a su casa y se percató por distintas señales ─un cigarro en el piso, olor de jerez en un vaso, la seriedad de la Rumba─  que alguien había estado ahí ¿acaso lo estaba engañando? Para quitarse la duda, fue con la casera la cual le confirmó que sí, un hombre había visitado a Remedios por la tarde: Don Mauricio. De repente, todo el vecindario despertó por el ensordecedor ruido de un disparo y un grito de ¡Socorro!   

El inevitable retorno: el juicio contra Remedios.      

Cornichón había muerto. La noticia del crimen del callejón de las Mariposas, llegó hasta La Rumba, los vecinos no tardaron en esparcir el suceso que involucraba a Remedios y Don Mauricio, la acusada de asesinato y el amante, serían juzgados para esclarecer el crimen.  El periódico más leído de la capital narraba el asesinato, culpando a Remedios y comprometiendo a Don Mauricio: “Según nos informaron, estaba el joven C. locamente enamorado de Remedios Vena y ella lo engañaba con un tal Mauricio, que se ha capturado ya por sospechas de complicidad en este atentado.” (De Campo 1958, 227). El juicio prometía ser un buen espectáculo. La multitud que presenció impaciente y emocionada el proceso, incluía a los vecinos de la rumba, periodistas y reporteros e infinidad de gente se dio cita para asistir al juicio.  


Después que Remedios y Don Mauricio son interrogados, es el turno de los abogados para defender a sus clientes; en los dos discursos podemos percibir generalidades sobre el rol femenino. El abogado acusador, denuncia el mal de la sociedad y se lo atribuye a la mujer: “Dicen, señores jurados, que la sociedad marcha a su desorganización moral, y esto se debe a la mujer, cuya educación actual mata en ella a la madre, a la esposa, a la hija. Sí, señores jurados, comparad la sencillez de aquellos tiempos con el lujo de hoy; las exigencias de otra época, con las insufribles de la vida moderna, y esto se debe a que la vestal del hogar abandona su misión en pos de anhelos funestos.” (De Campo 1958, 327). Recordemos que la aspiración de la Rumba, la búsqueda de su trascendencia, sentirse insatisfecha en un mundo empírico y el deseo de ascender, provocó que ésta ambicionara en convertirse en un “rota”; pero los zapatos de moda no le quedaron, los sombreros que usaran las señoritas porfirianas no se le veían bien y todo lo que ella siempre deseó, no pudo cumplirlo. La fatal decisión de haber abandonado La Rumba, el fracaso de ascender de esfera social, ocasionó que ella finalmente aceptara su destino, su lugar de pertenencia. Para el acusador, todo lo ocurrido “es la consecuencia natural de una mala conducta” la cual, en su opinión debe ser castigada.

Seguidamente, el abogado defensor, no propone una defensa en sí, en su lugar reduce y justifica el crimen diciendo que Remedios no tenía idea de las grandes consecuencias que pasarían, si quebrantaba el orden: “¡Ha calumniado a la mujer mexicana, toda dulzura y abnegación; ha hecho la caricatura de la madre, de la esposa y la hija […] No la condenéis: he probado que obró en defensa propia, y si me estuviera permitido mover vuestros corazones, os diría: pensad en la esposa que os espera, pensad si una hija vuestra ocupara este sitio; juzgadlo con vuestro corazón de padres.”   (De Campo 1958, 331).    


Remedios es absuelta de todos los cargos, su retorno a La Rumba es inevitable, un lugar con el que tanto esmero escapó y en su regreso seguía igual que siempre. Las limitaciones ideológicas patriarcales del México decimonónico y el orden social establecido, dejan muchas preguntas abiertas. La visión de la mujer como un ser “inferior” la cual necesita tener siempre una especie de protección especial por su aparente incapacidad de defenderse como un individuo, la impotencis de fungir como un actor social siempre dependiente del hombre, nos muestra las graves consecuencias de transgredir el orden social establecido. Anheló, transgredió y fracasó, tal como una heroína trágica, imposibilitada e insatisfecha de lo ordinario, en su intentó por ascender, se convirtió en la caricaturización de una “rota”, quebrantó el “deber ser” del rol femenino, para finalmente degradarse y “perderse en las sombras del patio, sombras quizás protectoras y no cómplices.”      


Bibliografía:

  • De Campo, Ángel.  Ocios y apuntes y La rumba. México: Porrúa, 1958.


  • Alvarez Z., María Edmée. Literatura mexicana e hispanoamericana. México: Porrúa, 1971.


  • Ortega Arango, Oscar. Palabra y reflexión: la literatura de América Latina. Mérida, Yucatán: Instituto de Cultura de Yucatán, 2010.


  • Trevino, Blanca Estela. Kinetoscopio, las crónicas de Angel de Campo, Micrós, en El Universal (1896). México: Al siglo XIX, 2003.










2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece un buen artículo pero debe tener mucho cuidado con las fechas, la novela se publico entre 1890 y 1891 y usted puso la fecha un siglo después. Revise antes de publicar.

Anónimo dijo...

No, el siglo19 fue desde 1801 a 1900, así que si es la fecha correcta.